Son los testigos los que hacen al verano. Los otros. Las cosas que cambian hacen la estación. Este verano no hubo testigos, no hubo cambios en las cosas. Y no estoy muy seguro si el anterior hubo. Realmente. Nadie estuvo ahí para atestiguarlo, al menos en mi caso.
Sólo yo en mi depa, cerrado a cal y canto para que el virus no pusiera siquiera una uña dentro.
Por ejemplo, el conserje se veía igual detrás de su mascarilla, usando la misma cotona azul, cuando me traía todos los encargos y compras online.
La vista desde la única ventana de mi departamento de 25mt, da al patio interior del resto de los edificios de toda la manzana. El paisaje, siempre estuvo igualmente grisáceo, puro cemento. Color y olor a obra añeja. Sólo veo ventanitas como la mía o las ventanas pequeñas de los departamentos más grandes, de 40 mt. Esas ventanas son de corredera, de sus duchas. Ahí se traslucen, adosados, los envases de champú y jabón de distintos colores. Siempre están abiertas, en toda estación. En los departamentos como el mío, el baño es ciego.
Todo lo que veo da al sur, siempre es sombra y frío. Vive acá una densa masa de aire gélido y ventoso que da vueltas en este gran patio interior. No hay una planta y, por la altura colosal de los edificios, no entra el sol.
Es todo lo que he visto, lo juro. Desde que vivo acá es así.
Si hubo verano, entonces hice lo mismo que en el invierno, lo mismo que en la primavera y que durante el otoño anterior al invierno. Estuve en una cuarentena interminable, tanto que en un momento dejó de molestarme no poder salir ni ver a nadie. Me dejé seducir por ella, como por una noche muy larga.
Dicen que sin evidencia no hay crimen. Sin testigos no hay verano.
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